El Comienzo.
Este texto lo escribió mi padre, después de nuestra primer salida de campo.
Algunas veces, cuando realizamos una actividad no somos realmente conscientes de los mecanismos que utilizamos para realizarla.
Puntualmente cuando hablamos de observación de aves, más allá de plumas, formas, colores, actividad y otras características, pensamos en unos binoculares o en aquella máquina fotográfica que nos permita inmortalizar "aquel" momento..., pero nunca o muy pocas veces reparamos en un instrumento nuestro, los ojos. Claro, a quien se le puede ocurrir observar aves sin ellos...
...En un mes de enero, allá por los inicios del siglo XXI, con unos días lindos como pocos, con altas y bastante inusuales temperaturas, nos preparamos para salir al campo para localizar unos capuchinos (Sporophila spp.) que tienen problemas de conservación.
Serían cuatro días inolvidables en los que se registrarían más de 100 diferentes especies.
Uno de los integrantes de aquella "expedición" nunca había visto ninguna de esas especies; sus expectativas, ansiedad e inquietud eran casi incontrolables.
Después de recorrer unos 300 km., en los cuales transitamos por caminos que no aparecen en los mapas, encontrar unos hermosos ejemplares de "carpinteros blancos", descansar a la orilla de un arroyo donde los "cabecita negra" se mostraron sin timidez, por fin llegamos al lugar previsto, -la experiencia comienza-.
A los pocos minutos ya conocíamos una de las especies buscadas y reconocíamos otras varias más comunes, un poco más adelante, aquel que nunca las había visto, nos ayudaba a ubicar ejemplares de varias especies, incluidas aquellas raras y poco registradas aves.
El enriquecimiento ornitológico fue para esta persona, incalculable y en pocas horas estaba operando un sofisticado -de aquella época- equipo de grabación, obteniendo cantos con buena calidad y de varias especies.
La salida duró, como dijimos, cuatro intensos días, pero hubo un integrante que volvió con una experiencia que pocos personas pueden contar, con sus expectativas más que colmadas, con sus inquietudes por un lado satisfechas, pero que por otro, generaron muchas preguntas más para otra salida, pero aún continuaba sin haber visto ninguna de las especies.
A pesar de sus pocos 16 años, viajó con nosotros, colaboró con nuestro trabajo, nos divirtió y por que no, nos enseñó que: la falta de luz, también nos permite ver.
Juan J. Culasso
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